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Una entrada con mucha chicha

Casi todos los años, sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, me obsequian con música, libros y películas. Es una “traditio” en el sentido romano de la palabra. Como lo es la tiranía de Don Miguel, que en mi caso viene a ser la tradición de los primeros días del año recién estrenado, y me obliga, de mil amores, a retomar la novela de las mil novelas para naufragarme en cualquier capítulo o pasaje.

 

Esta costumbre mía la realizo con un ritual lúdico: agarro el libro a modo de pistola (*) y juego a la ruleta rusa. Cargo el arma, apunto (entrecerrando un ojo para la selección) y disparo ( guiñando para la seducción), separando unas hojas de otras. Siempre me permito hasta tres intentos para encontrar aquel episodio que me da de lleno en el corazón o en la mollera; ese fragmento que más se conecta con mi actualidad, con mi vida, con ese preciso instante que atravieso, aparentemente liviano, fugaz, trivial, transitorio pero eviterno (precioso vocablo con más preciado significado).

Este año, me lo quise poner fácil. Alguna ventaja tiene que tener ser la protagonista del juego. Así que no desperdicié dos tiros (por si más adelante los necesito) y a la primera, seleccioné el fragmento que me sedujo, he de reconocer que intencionadamente:

“…un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino…”

Este arranque de la Primera Parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha me viene al pelo para hablar de cultura gastronómica, del hermanamiento en sus diversas formas y la post Navidad. Todo ello, a través de un plato: los duelos y quebrantos. Y me explico: nos valdrán los duelos y quebrantos, como metáfora culinaria del sentimiento antes, durante y después de las fiestas.

Además, quiero traer las tres frases que soltó Pancho, mi vecino y amigo desde hace más de diez años, en nuestro encontronazo en el ascensor, (lo llamo así por la amenaza que suponían los botones sobre su panza dirigidos hacia mi persona cual misiles tierra-aire) la víspera de Reyes:

-“Maja, esto es un no parar... a ver si acaba de una vez. Me voy a comer a casa de mi madre duelos y quebrantos. Que lo lleves lo mejor posible”. Y Pancho representó con gestos su pesar como el mayor martirio de la humanidad después de la huida de Egipto del pueblo hebreo.

Para las personas que no estén familiarizadas con este plato, diremos que se trata de una especie de revuelto de tortilla con torreznos, tocino, menudillos o sesos de algún animal (si, algunos pondréis gesto de “puag”, sin embargo, la casquería era básica en nuestra cocina patria). Hay quien le añade chorizo…y supongo que muchas cosas más (recordemos que hay tantas cocinas como madres en el mundo). De antiguo, como menciona Cervantes en la casa del hidalgo, se solía comer los sábados por ser una comida de “semiabstinencia” (término bien socorrido en una época donde había que acreditar la no violación o quebrantamiento del ayuno). Las malas lenguas decían que este plato servía para desenmascarar a judaizantes o falsos conversos a quienes su religión prohibía comer carne de cerdo o de res y lo hacían para proteger su condición, quebrando sus leyes. Teniendo en cuenta que, en Toledo, la Ciudad de las Tres Culturas, es donde he encontrado mayor cantidad de restaurantes que preparan esta especialidad, puede que sea uno de los significados sociológicos más acordes a la época.

Retomando los lamentos de Pancho, todos, absolutamente todos, estamos arrepentidísimos de la ingesta brutal de alimentos durante las Navidades. Y todos, absolutamente todos los años, antes de que lleguen las fiestas, escuchamos en nuestras cabezas, una o varias voces interiores que nos susurran, como a Pancho: “Pancho, este año hay que dosificarse y medirse, que luego llega Enero y la cuesta, y resulta imposible subirla con 5 kilos de más. Pancho, que en las fotos navideñas parecerás el as de oros y tu cara de pan se confundirá con la rosca gallega del mesón Anduriña. Pancho, que el reconocimiento médico de la empresa lo tienes a la vuelta de la esquina. Pancho, que como tu novia, mujer o madre te pille el tan ansiado documento de tres hojas grapadas con la analítica, donde cantan y mucho, la glucosa, los colesteroles y su acompañamiento, esto es, todo lo terminado en -inas, -údidos, -ácidos y -etas… prepárate para días de monsergas, castigos, y noches de ayuno y abstinencia (de toda clase). Que eso de que tus índices estén fuera de rango, y no llegues o superes las horquillas standard que un adulto de “taitantos” tiene permitido, es delito según la OMS, una de las Organizaciones más fustigadoras de criminales de la salud propia a nivel mundial”.

Todas esas vocecillas acallan otra, una que intentas amplificar y que es el hilo de la que fue una voz ronca y cazallera, hoy temblorosa y anciana. La de tu abuelo, manchego de pura cepa, cuyos pucheros tocineros eran conocidos en la provincia y parte del extranjero (es decir, Cuenca) y cuyos índices duplicaban la media del colesterol “del malo” de toda Guadalajara: “De algo hay que morirse en esta vida”.

Y todos, absolutamente todos los años, Pancho vuelve a desayunar churros, porras o roscón, mojarlo en el café o el chocolate, comer y beber manjares a espuertas y cenar como si no hubiera un mañana.

Y hoy, Pancho, es 7 de Enero. Y, después de un día de semitregua gastronómica, llega el día. Como todos los años, el momento de la verdad. Estás frente al televisor y arranca el programa más longevo que conoces: “Informe Semanal”, que esta noche decides llamar Deforme Semanal. Y a pesar de que el arranque te engancha porque le han incorporado la música de Whole Lotta Love de los Led Zeppelin, y parece anunciar algo rompedor, se te caen las notas, cual palos del sombrajo, cuando compruebas que el primer reportaje incluye el consabido resumen socio-económico-político de tu país, que es el mío y el nuestro, Pancho y el de Sancho y Quijote.

Enero y no su cuesta, su montaña rusa a 90 grados está aquí. Y las depresiones no son psicológicas. Son las de tu propia orografía física corporal sólo que hay más cimas que valles. Y como todos los años, los últimos 17 días de la vida de Pancho pasan ante sus ojos como fotogramas unidos cual brochetas de cochinillos, corderos, solomillos… Son los 17 días más largos del año, gastronómicamente hablando. Van del 22 de diciembre, que es el “día del Gordo” (no sé de qué nos sorprendemos: el Gordo no puede augurar nada bueno) hasta el día 7 u 8 de Enero como mínimo (normalmente el roscón de Reyes es el último ejemplar resistente a abandonar cualquier hogar). Esa película es similar a la que uno debe ver pasar cuando te quedas en coma o llega el momento de dejar este mundo o casi y te arrepientes de tu papel en el film. Tienes “regordimientos” y reniegas de tus genes, de tu madre, de tu suegra y de su cocina. Lo de menos son las juntas y envites familiares, que si adelgazaran todos tomaríamos de buen agrado.

Este sentimiento anterior está muy ligado a uno de los significados del plato de duelos y quebrantos. Vuelve a tener ese punto de vista cristiano: el dolor pero con transgresión porque de alguna manera, me queda la confesión, a modo de dieta, y me quedaré ¡como nuevo! Y es que a Pancho nadie le obligó a repetir pavo relleno o redondo de ternera.

El caso es que la base de ese tipo de platos, el origen de cualquier encuentro, incluidas nuestras reuniones navideñas, es acompañar. En el pasado, acompañar ante el dolor provocado por la pérdida de un ser querido o calamidad sobrevenida en la hacienda o bienes materiales de un familiar, vecino o amigo. Si hay penas, pues con pan y vino son menos. La razón de ser de ese plato era la voluntad de quebrar el dolor, de compartir el sufrimiento. Suponía el motivo y su remedio, la causa y su efecto, la aflicción y su cura. Y en nuestra actual Navidad, acompañar en la alegría, (si es involuntario, se convierte en condena para algunos) compartir mesa con familiares y amigos. Si hay alegrías, con pan y vino son más, ¿no?

Y sorpresa: hoy te alegras porque no hace falta que medie muerte o desgracia. Hoy los duelos y quebrantos se presentan como manjar suculento, satisfactorio, gustoso, de fácil preparación, bajo coste, ingredientes asequibles, susceptibles de ser elaborados en cualquier tiempo o circunstancia. Todo eso da un sentido figurado y literario a socializar, a conversar en torno a una mesa.

Así que como le dije a Pancho: quédate con el ejercicio de solidaridad en la mesa a la que eres invitado, ante la desdicha o la alegría. Empequeñece el dolor del infortunio y festeja la familia o la amistad. Y no te fustigues tanto, sobre todo una vez te has puesto hasta las trancas. ¿Hay algo más bello y agradecido para celebrar la vida y mitigar los efectos de la muerte? Quédate con eso.

Así que, tanto a Pancho, como a ti, como a mí misma, nos digo: ¿Quién no tiene a menudo, ningún dolor (duelo) físico, psíquico o moral y quién no busca remedio para quebrarlo o quebrantarlo alrededor de una mesa?, ¿y quién ante la presencia de un imprevisto huésped, no prepara una tortilla de patata (a partir de ahora intentaré sean Duelos y Quebrantos también), tan socorrida para atender de improviso y gustosamente, al recién llegado y ello se valora como un gesto de solidaridad, una señal divina para seguir creyendo en los hombres de buena voluntad y para seguir cayendo en la tentación cada Navidad?

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