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Las llamas del silencio

Siempre deseé que no fueras…desde niña. Que no fueras más que una palabra en el diccionario, esa escrita con puntos suspensivos sobre la foto de una guapa enfermera de hospital. Al fin y al cabo, esa debería haber sido toda tu presencia: la impresa. Eras una idea inventada, una amenaza saltando entre las nubes, algo que ni siquiera existía en la realidad, al menos, en la mía. Porque la verdad, es que eres una mentira… y, sin embargo, tan falsa que me has hecho sobrevivir todos estos meses a base de distancia y aislamiento de las turbulencias, entre esas cuatro paredes. Y te lo digo bien alto para que me escuches: no habitas en ningún lugar, en ningún pueblo, en ninguna ciudad y de algún modo, se te acorrala para maldecirte y que no vivas entre nosotros. Porque si reinas, das miedo y eres como dicen que debe ser estar muerto en vida. Yo lo he sabido… lo he sentido. Lo que ocurre es que te adueñaste de mí y me la robaste: la vida, mi vida. Una paradoja, ¿verdad?, porque ahí fuera estás de moda. Todos te desean, te buscan sin encontrarte, pagan a otros por atraparte durante una hora o tres cuartos. Y te escondes como un cobarde, te burlas cual niñato y te ríes vanidoso, porque sabes que ningún hombre te poseerá, salvo que su osadía la pague con dejar de existir como para después venir a contarlo: “Esa fue la última vez, mi postrero recuerdo. Yo lo escuché; allí estaba: quieto, detenido y aterrador”, declaré al Inspector. No te quiero volver a escuchar nunca, quiero que te quedes en esas cuatro paredes porque ya dejé de ser un fantasma, de habitar en una cueva. Todo acabó y, sin embargo, recién comienza. El mundo se vuelve a llenar de hermosos ruidos para mí. Ya no podrás seguir devorando mi vida.

 

Recuérdame que mañana te corte las uñas…, las tienes ya muy largas y es peligroso. Cuando te da por arañarte el rostro por las noches, terminas con tu preciosa cara hecha jirones. No entiendo por qué lo haces. Cómo te puedes lastimar de esa manera. Siendo tan joven, tan bella, tan hermosa…y con lo que yo te cuido.

¿Has dormido bien?, ¿qué has soñado?, cuéntame…no me digas que has tenido alguna pesadilla…mi niña. Bueno, vamos a cepillar esa melena castaña que se te enmaraña de tanto revolverte sobre la almohada…quizás debería cortarte las puntas. ¿Dónde está el cepillo?... ¿dónde estará?... no lo habrás escondido, niña traviesa…, ¿eh? Bueno, te peinaré con el otro…tienes el mismo pelo que mamá. Largo, pesado, ondulado, brillante… ¡cómo te pareces a ella! Siempre me impresionó. Desde que te vi por primera vez subiendo las escaleras del Instituto… yo creo que, desde ese instante, te quise para mí. ¿Lo sabes, verdad, mi niña? Claro que lo sabes. Esa melena recogida en las dos coletas que te caían sobre los hombros. Y ese uniforme de camisa blanca y falda escocesa me encantaba. Te quedaba tan bonito…lástima que tuviera que deshacerme de él. Quizás algún día te pueda comprar uno. ¡Quién sabe!

Parece que fue ayer cuando te recogí en la parada del autobús. ¿Te acuerdas?, ¿te acuerdas cuando nos encontramos por primera vez? Tan linda que estabas al salir de clase. Tan dicharachera y expresiva. No parabas de parlotear con tus amigas.

Ahora estás algo más seria. Entiendo que la convivencia siempre es dura al principio… todos lo dicen. Pero es normal. En las parejas noveles es lo habitual. Ya te acostumbrarás y entonces me hablarás como hacías al principio; cuando subiste al coche para que yo te llevara a casa. ¿Te acuerdas?

Si al menos me dijeras si te gustan las tostadas del desayuno, si el café está demasiado caliente, si quieres que compre un nuevo mantel de cuadros para nuestra mesa, si la loza de la vajilla de mamá te agrada o si prefieres un juego de platos más moderno. Cariñito, debes comprender que todas esas cosas son las que quiero que me digas. A veces me cuesta entender cómo has pasado de tener esa verborrea que empleabas con tus amigas a no decir ni "mú". Yo sé que te cuesta. Que tampoco llevamos tanto tiempo juntos, pero deberías intentar agradarme, al menos un poquito porque yo te quiero de verdad. Si supieras lo que te quiero. Lo debes saber, pajarito mío…que, bien que te lo digo a menudo y así será hasta el fin de nuestros días…que ya me preocuparé yo de que dejemos el mismo día este mundo. Que ni tú puedes estar sin mí, ni yo concibo existir sin ti.

Pon derecha la cabeza, tesoro. Así, muy bien.

¿Sabes qué día es hoy?....ay, ay, ay..mira que eres desmemoriada…para ser mujer, poco detallista, ¿no crees, princesa? Pues hoy es seis de junio….y ¿qué significa eso, mi reina? Que llevamos exactamente trece meses, siete días y ….cuatro horas viviendo juntos. ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo! Un noviazgo feliz, puro, ejemplar.. como siempre quiso mi madre. Si la hubieras conocido. Ella quería lo mejor para mí. Lo mejor. Por eso sé que si viviera con nosotros estaría contenta. Ella te querría como a una hija.

Bueno. Esto ya está. Mírala: igualita que mamá en sus fotos del álbum. Ya eres toda una mujer. Preciosa. Cuando te observo sentada en la mecedora, me dan ganas de besarte en la boca sin parar, pero no lo hago. Sabes que no lo haré hasta que me des tu permiso y todavía no me lo has dado…Soy paciente, mi amor. Lo sabes. Lo comprendo. Tú quieres que hagamos las cosas bien y así debe ser. Tenemos toda la vida por delante. Yo me conformo con que me roces un poquito y tocarte. Con eso me vale.

Hoy te bañaré más tarde. Tengo que ir a comprar cola, clavos y algo de comer, pero no tardaré. ¿No querrás venir conmigo? Cielito, ¿quieres venir?, ¿qué quieres?, ¿un paseo?, ¿salir a dar una vuelta?...ummmmm....

Mi niña: sabes que no puede ser, querida mía. Al menos de momento. Además, hace calor y los bombones se derriten al sol. De todas formas, fuera sólo hay mediocridad y delincuencia y aquí estás segura, a salvo del ajetreo, las prisas y los locos de la vida. Te garantizo que no te pierdes nada. Bueno, se me hace tarde. Luego te baño y te cambio la ropita, ¿eh?


Se lo clavé en la yugular. El mango del precioso cepillo de su madre. Una antigüedad. De los de tocador de señora: con mango de marfil… afilable y afilado. A base de paciencia y un trabajo minucioso de pulido artesano y suave, transformé aquél mango en una punta de lanza. Borbotones de un chorro rojo carmín teñían el suelo de tablones de madera. En aquél momento caí en la cuenta de que el color de la sangre era único: el más llamativo y vital de la gama cromática. Salpicó también las dos bombillas del sótano provocando cierta penumbra, propia de antro de carretera. Se puso todo perdido. Chillaba como un cochino en día de matanza y tenía espasmos que le agitaban todos los miembros del cuerpo: desde los brazos a las piernas… se movía todo él involuntariamente. Me quedé contemplándole, en silencio. Ese silencio que curiosamente me había mantenido viva, rabiosa, latente y vengativa pero que, a la par, estaba acabando conmigo. Las llamas de mi silencio avivaban mi existencia, pero también abrasaban y arrasaban mi vida.

Me estaba matando la mística, el vacío sonoro de mí misma, el secreto de lo no contado ni compartido, la amortiguación de la propia vida, la aniquilación de los sonidos cotidianos y de lo indecible, del enorme espacio interior que sentía, hueco sobre mí. En aquél momento supe que lo que me retumbaba no era el silencio: era el crepitar y el fuego de las palabras no dichas, no comunicadas, no significadas durante trece meses, siete días y ….cuatro horas.

Y al fin pude gritar para engullir el silencio de aquella habitación.


(*) En homenaje a todas las víctimas a las que se les priva del derecho a la libertad y al uso de la palabra.

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