top of page

Vidalidad (*)

En aquel verano, todavía yo no había nacido, pero ya me olía que mis hijos me hablarían con los ojos, que los párpados serían sus bocas y los labios, sus miradas.

Incluso antes de mi bautismo yo ya sabía que todo sería más sencillo cuando retomara los estudios de Primero de Jazmines en aquella casa que tan familiar me resultaba del Barrio del Olvido, la que está junto a la Cuesta de la Esperanza, la del patio encalado, colindante con la estrecha Calle de los Sueños, justo al sur del sinuoso Boulevard de los Recuerdos.


Y así no fue…o puede que sí. Se me borraron los recuerdos para dejar espacio a lo importante. Y lo importante se hizo un hueco tan grande en mi cerebro que no hubo sitio para más vivencias. Entonces, lo emocionante, la música, se adueñó no sólo de mi cuerpo entero, sino también del de mis vecinos y lo racional fue expulsado por imperativo visceral, sin ningún tipo de contemplación, miramiento o piedad. Hubo hasta manifestaciones con pancartas que rezaban: “Fuera” “Largo” o “Hasta nunca”. Y así empezó todo.

Quiero decir que fue así como se fueron: el sentido común, la razón y toda su familia. Lo sé porque hicieron las maletas el taytantos de un mes que empieza por A y termina por O. El año lo recuerdo perfectamente. Era un año de cuatro cifras. Y de lo que no tengo ninguna duda es que yo tenía unos cero años.. e iba camino de los cien. Eso también se lo llevaron; lo de los años quiero decir.

En aquel momento cumbre de mi existencia, todo importaba nada y vivir empezaba a hacerse algo cuesta abajo. Era así de sencillo. Al principio yo tenía mucha apatía, la habitual en un niño. Eso tranquilizaba a mis hijos. Con los años fui desarrollando la clásica curiosidad e hiperactividad de un viejo; eso desquiciaba a mis nueras. Y es que ellos no terminaban de aclararse. Mientras tanto, yo rodaba por la pendiente más redonda que se pueda imaginar porque Él se había olvidado de traerme al mundo con los cuatro frenos que solían venir de serie en cualquier ser humano.

De este modo tuve que amoldarme a mis cuatro ruedas, las curvas, la vidalidad y mis dos retrovisores para conducir hacia la bandera de pista de la meta. Y se me daba bien porque otros como yo no eran tan buenos conductores. De hecho, la mayoría no eran más que copilotos. Y eso que nunca tuve dinero para contratar más extras: ni de mayor ni de joven. Así que con esas pocas cosas fue con las que hice toda la ruta hacia aquello que nombraban “DESTINO” pero que al final descubrí se llamaba “ninguna parte”.


(*) Dícese lo que tú quieras entender: vialidad, vitalidad, mezcla de vida y velocidad, opuesto a mortalidad..etc, etc..

Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Puedes seguirme en mis RRSS:
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
*
bottom of page