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El pasa-hojas

Yo llego siempre media hora antes. Hacia las cuatro. Es nuestro ritual. Aunque ella no lo sepa.

Cuando entra en el Café Coruña, se acerca a la barra con su carpeta de partituras bajo el brazo. Y como todas las tardes, pide con voz suave un agua de cebada y permiso al mozo para tocar el viejo piano que, arrinconado, le aguarda.


Finjo leer el periódico, haciéndome el distraído, y, a hurtadillas, alzo la vista sobre el panfleto admirando esos mechones dorados, rizados en las puntas. Contemplando su cuello blanco y fino; sus ojos limpios, casi transparentes; su cicatriz sobre la ceja izquierda; su cintura de niña; sus no más de veinte años; y sus movimientos gráciles. Ella es un cisne.



Cuando se sienta sobre la banqueta, sube la tapa con sumo cuidado, acaricia las teclas cerrando los ojos, y desde otro mundo, el de la Luna, comienza a tocar, pasando las páginas de obras mil veces ensayadas. Son piezas clásicas, armoniosas y blancas.

A mí me gustan las tardes sólo por eso. Por ese ritual. Lo espero con devoción, de día en día, de lunes a viernes, porque ella, los sábados y domingos, descansa. El que no duerme soy yo, porque estoy colgado de la Luna, escuchándola.

No tengo el valor de levantarme, ir a su encuentro y decirle estas tres palabras:

  • Me llamo Alejandro.

Y lo único que hago, es esperar a que algún día me mire. Por eso invento un pasa-hojas accionado con el pie para mi cisne, para que no tenga que andar pendiente de pasar las páginas. Y que sea ella, la que, bañándose en el lago, distraída entre notas, me diga:

  • Alejandro, qué gran idea para poder mirarte mientras sigo tocando.

Y así, seguir observándola desde la lejanía de los años toda una eternidad. Esta vez, mirándome.


* En homenaje a Don Alejandro Campos Ramírez, apodado Alejandro Finisterre, mente privilegiada e inventor del futbolín y del pasa-hojas mecánico, un artilugio que consistía en unas pinzas móviles accionadas mediante un pedal de pie, con el que la enfermera del centro donde estuvo ingresado durante la Guerra Civil, daba recitales de piano y podía pasar las hojas de su partitura sin ayuda.

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