Yo, Pizpireta
- May T
- 26 ene 2017
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El otro día me encontré a Pippi Langstrum. Estaba caotizando el tráfico colgada de una farola en la calle Príncipe (yo la llamo la calle de “El Principito”, en honor a Antoine de Saint Exupéry; de este modo, la hago más mía) mientras mi coche y otros tantos permanecían atascados estrangulando cláxones.
Del sorpresón, frené en seco, bajé la ventanilla y agité el brazo con movimientos articulados de 90 grados, cual gato chino de la suerte. Le había perdido la pista desde hacía más de doce mil setecientos setenta y siete días. Sí, sé que es algo extraño llevar ese conteo, pero es que yo el tiempo lo mido en días, así lo aprecio más. Resumiendo: que no la veía desde mi infancia.
Recordaba su nombre completo: Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump (Hija del capitán de barco Efraim Långstrump). Del mismo modo que ella recordaba el mío de aquel entonces: María Pizpireta de las Fantasías Animadas de Ayer, Hoy y Siempre (Hija de Ofelia Michelínez y Filemón); aunque todos me llamaban Pizpireta.
Ella seguía siendo el personaje de 9 años más fuerte del mundo; algo de lo que nunca alardeó a pesar de ser más fuerte que muchos superhéroes; tan fuerte que agarró mi coche con una sola mano para aparcarlo, quitando otro de “vetetuasaberquién”, y así, nos fuéramos a tomar un cola cao. Al agradecérselo, me dio un abrazo que casi me descoyunta. Iba acompañada de sus camaradas: "Pequeño tío"(su caballo de lunares) y el "Señor Nelson" (el mono tití con sombrero más desvergonzado que he conocido en mi vida).
Pippi siempre fue huérfana de madre, incluso antes de nacer. Su padre Efraim seguía dedicándose a la piratería y era el rey negro (sin serlo) de “Taka Tuka”. Llevaba siendo el monarca de la isla caníbal desde hacía más de cien años, lo que tenía mucho mérito en pleno siglo XXI. Como buen pirata y ladrón ejemplar, era reelegido cada cuatro años. La clave residía en no permanecer en el país más de dos o tres días al año, no molestar y dejar libertad a los taka tukas para que se organizaran como les viniera en gana.
Pippi seguía siendo muy independiente. Me contó que todavía residía en Villa Kunterbunt, aunque se había escapado unos días de los libros y la tele para hacer unas compras en Madrid, aprovechando el día sin IVA de El Corte Inglés. Seguía haciendo la limpieza a gran velocidad colgada de las lámparas o sobre su caballo, habilidad que pensaba poner en práctica en los grandes almacenes. Yo no acababa de entender muy bien que viniera en el día sin IVA, porque Pippi solía pagar con las monedas de oro que contenía el viejo maletín de su padre y a ella lo de los impuestos le traía al fresco.
Yo siempre quise tener el cabello de color zanahoria y dos trenzas disparadas y tiesas como palos, en señal de oposición absoluta a todo. Recuerdo que como mi pelo no tenía el encrespamiento del de Pippi, y siguiendo los sabios consejos de mi hermana y con su inestimable colaboración, una tarde me embadurné la melena de agua con azúcar moldeando las coletas que luego pasaron a ser trenzas de escayola. En mi caso, rubias. Sin embargo, lo único que conseguí fue que millones de moscas acudieran en masa a invadir mi cabellera y casi desnucarme del peso. Mi hermana desapareció misteriosamente y mi madre al pillarme, me cogió de las coletas para meterme en la bañera y frotarme con energía y limón durante horas. Se lo tendría que haber explicado mejor…
El mundo de Pippi no había cambiado demasiado. Seguía sin ir al colegio, dormía las horas que quería, recogía la mesa haciendo un hatillo del mantel con toda la vajilla, cristalería y cubertería, y limpiaba el suelo con dos cepillos que se colocaba en los pies. Nunca vi una manera más eficiente de retirar la mesa ni de limpiar las baldosas. Y todavía no entiendo el atraso que tenemos en este país usando el mocho. Con los cepillos en las plantas de los pies, mataríamos dos pájaros de un tiro: haríamos ejercicio y daríamos lustre. Desobedecía a las autoridades, incluso seguía burlándose de los polis lelos de Gotland. Me decía que esto lo hacían “los mayores”, especialmente los de profesión política, pero sin ninguna gracia. Así que no se trataba de algo tan ruin por su parte. Y no le faltaba razón.
- Y se puede saber ¿qué demonios has hecho con tu vida, Pizpireta?
- Bueno, no sé muy bien a qué te refieres…
- Pues que estás hecha una adulta. Estirada, seria, algo mustia,.. tienes anemia de alegría, se te nota en los ojos. Me juraste que no cambiarías y mírate. Has olvidado hasta ponerte bizca. Una vergüenza.
Me quedé pensando en aquella frase tan de Pippi. Posiblemente tenía algo de sentido lo que decía. Pero claro, para Pippi era muy fácil. Ella continuaba teniendo nueve años, sin ser ninguna niña. Esa era la paradoja. Siempre fue un personaje con aspecto de niña, que no es lo mismo. Mantenía su espíritu de contradicción, su imaginación, su rebeldía ante los convencionalismos, su irreverencia y subversión para la moral de las épocas, la de hace años y la de ahora. Como profesional del gamberrismo, esquivaba cualquier dictadura, las del siglo XX y las de hoy, por mucho que se disfrazaran de “dictablandas”. Eso sí, desde unos principios bien sólidos: la responsabilidad de mandarse a sí misma a la cama tras haberse advertido severamente que era demasiado tarde o incluso haberse dado una paliza si no se obedecía; la generosidad de compartir su maletín de monedas de oro con sus inseparables amigos, Tommy y Annika o hacerles regalos en su propio cumpleaños; la confianza de tener siempre abierta la puerta de su casa para el que se atreviera a entrar; el respeto y amor a los animales, a través del “Señor Nelson” y “Pequeño Tío” como compañeros ideales de una vida.
Muy diferente es que no se entienda que lance las crepes desde los fogones a la mesa con una trayectoria hiperbólica de 3 metros perfecta, camine hacia atrás mejor que cualquier cangrejo, se suba al tejado con una facilidad extraordinaria o duerma del revés con los pies sobre la almohada (como hacían los egipcios). Que lleve vestimenta verde manzana hecha de retazos, unas medias por encima de las rodillas de diferente color (una verde y otra naranja) o calce unos zapatos el doble de grandes que sus pies para mover cómodamente los dedos. Pippi tiene además el super poder de ridiculizar a los adultos, hacerles aparecer poco o incluso desaparecerles. Y ese es un don fantástico. Siempre decía que en el mundo hay tres clases muy peligrosas de seres y todos, absolutamente todos, son adultos: los gruñones, los locos o los autoritarios. La parte buena es que con la práctica es fácil distinguirlos para enviarlos cuánto más lejos, mejor.
- Puede ser…que me haya hecho adulta. Pero han sido los años.
- ¿Qué dices de los años? Vaya excusa tonta. A ver: ¿cuántas veces te has ido de viaje a la luna?, ¿cuántas veces te has disfrazado de adulta?, ¿hace cuánto no encantas a una serpiente?, ¿hace cuánto no andas de espaldas como los faraones?, ¿hace cuánto no le vuelas los pies a un fantasma?, ¿hace cuánto no naufragas en una isla? ¿Ves cómo te has convertido en una de ellos?
Me quedé muda. Con el tiempo había perdido la capacidad de hacer todas esas cosas y era simplemente porque las dejé de hacer. Y según las dejé de hacer, me fui haciendo adulta, fruncí el ceño y el tiempo se comió todo lo demás.
Al pensar despacio en ello y contemplar como Pippi se metía simultáneamente tres crepes en la boca mientras los churretes de chocolate se le escapaban por las comisuras, lo vi claro. Pippi prácticamente no sufre, no siente dolor, no se deja carcomer por la pena o el desconsuelo. Para ella, su mundo es una liberación frente al que los demás vemos (especialmente los adultos). Porque su mundo está diseñado de otra manera. Tiene otras prioridades. Otro orden. Otra luz.
De algún modo, parece algo divina. Pero no lo es. Simplemente piensa que ante cualquier problema o dificultad todo tiene solución. Que no hay que ser ejemplar desde la repetición de hábitos proyectados de generación en generación. Que lo aleccionador, lo edificante, lo constructivo es aprender de los niños y no que ellos aprendan de los adultos. Que la obediencia no es la virtud infantil de mayor valor, porque los niños tienen el orden perfecto de las cosas y se debe confiar en su capacidad a la par que dejarles disfrutar de la vida. La obediencia lo único que crea son ovejas asustadas sin capacidad de lucha ni de enfrentarse a la vida. Que la hiperprotección de un niño ningunea al que será mañana adulto y es la peor herencia que se puede entregar a un hijo.
Es valiente, osada, atrevida, aunque al saberse independiente, también es responsable y está llena de sensatez. Y es que sin que te des cuenta, Pippi vierte toneladas de sentido común en cuestiones que los adultos complican sin necesidad. Es dueña de su vida y por eso la respeto tanto. Pippi es un canto a la belleza de la individualidad de cada niño, a mostrarse como son, a escuchar las opiniones que tienen; a que no les valga el conformista y tirano “porque sí”, “porque no” o “porque lo digo yo”.
Después de que Pippi devorara las crepes y yo me las comiera, retomamos la conversación anárquicamente sin mirarnos y a borbotones, muy a su estilo:
- Me gustaría estar igual que tú. Tan canalla como siempre. Pero me resulta imposible volver a tener 9 años. Ojalá pudiera lucir tus trenzas, tus pecas, tu bocaza con las dos paletas dentales salientes, tu misma sonrisa y tu picardía.
- Pues sólo se trataba de practicar todos los días. Si te subieras al tejado a menudo, no te tomaras las cosas tan en serio, disfrutaras jugando aunque nada ganaras, miraras hacia arriba en lugar de hacia abajo, no te fijaras tanto en los relojes, viajaras a la luna cada mes, inventaras cada día una palabra aunque no supieras lo que significa, abrazaras a una boa constrictor sin miedo, sonrieras sin que nadie te tuviera que provocar, te rieras sin que te tuvieran que hacer cosquillas, bromearas sobre el tiempo con un elefante, te chuparas los dedos después de pringarlos de merengue, perdieras el tiempo o te entretuvieras con cosas innecesarias, pelearas contra las autoridades y los adultos cuando corresponde,…no te pasaría lo que te ha pasado.
- ¡Ojalá pudiera!
- Hiciste un juramento pirata, Pizpireta. Lo hiciste y lo has quebrantado.
- Lo olvidé.
- Presta atención. Yo puedo hacer que lo recuerdes. En realidad, vine a eso…lo de El Corte Inglés, era una excusa. Pon atención y grita conmigo:
“Abracadabra, espíritu de Gotland,
a María Pizpireta Faahs, lo que tuvo a los 9 años,
se lo devuelves y te vas”
- “Abracadabra, espíritu de Gotland, yo María Pizpireta Faahs, lo que tuve a los 9 años, me lo devuelves y te vas”
En cuestión de segundos, un globo aterrizó en mitad de la plaza de Santa Ana. Sin piloto ninguno. Pippi, “Pequeño Tío” y “Señor Nelson” se subieron a la cesta y me saludaron desde arriba, despidiéndose.
Vi elevarse el globo aerostático de mimbre hasta comprobar cómo desaparecía entre los tejados rojos de Madrid. Era una estampa preciosa. Y es una pena porque nadie más la veía. En ese momento, supe, que yo había vuelto a tener 9 años y no pensaba volver a dejar que se esfumaran.
Así era Pippilotta. Así volvía a ser yo. Yo, Pizpireta.

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