Estudios de mi cielo (*)

No dio tiempo a que pidieran el rescate. Ni siquiera a que hicieran la llamada de rigor. Nadie sabe cómo, pero había vuelto a escapar por la trampilla de ese caserón oscuro y trasnochado de la calle Desengaño. Bueno, nadie no. Yo sí lo sabía. Él guardaba un formidable secreto. El poder de su voluntad y el que le daba Satie (**) y cualquiera de las tres piezas de la Gymnopédies. Las silbaba, las bailaba, “et voilá”: abría puertas y ventanas a su santa voluntad, creando espacios nuevos, desconocidos, nunca vistos. De alguna manera, que se escapara cada año suponía el tuteo y en ocasiones, el ninguneo de Dios. Con sus fechorías, Dios pasaba a ser nadie, quedando en un plano imperceptible. Y Él, con su huida, se erigía en rey del mundo, en la única divinidad creadora. Esbozaba con sus trazos sobre madera, tierra, agua o aire, las formas caprichosas y los paisajes más bellos jamás imaginados por el hombre. Y lo hacía con premeditación para encandilar las almas que vagan en pos de anhelos de días mejores, entre luces amarillas de amanecer, azules de media tarde y naranjas crepusculares. Después de meses, de nuevo, se había deslizado silenciosamente para volver a ser libre y respirar. Y con ello, Él, que había permanecido secuestrado y amor-dazado, volvió a apropiarse del espacio infinito que le corresponde a los enamorados por derecho propio y pecado original.

(*) Dedicado a los maestros impresionistas, creadores de texturas, colores y tonalidades infinitas. En especial a precursores como Eugène Boudin, fascinado por pintar directamente la naturaleza y sus sorprendentes efectos lumínicos.

(**) Erik Satie, extraordinario compositor del color a través de su delicada música, en especial traigo aquí las piezas de danza de la Gymnopédies. Aquí os dejo la Nº 1. https://www.youtube.com/watch?v=S-Xm7s9eGxU