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La tinta de mis venas

Una de las bendiciones que me ha regalado la vida es contar con amigos, en masculino. Es decir, HOMBRES. Cierto es, que mi imprescindible reducto privado lo componen mis féminas del alma, mas el hombre tiene reservado en mi mesa ese lugar exclusivo desde el que aportar la espontaneidad, la frescura y el arte de la insconsciencia. Porque el femenino, es un mundo consciente…incluso a veces, demasiado. Y es que ambas facetas confluyen en lo mismo: en el arte consciente de amar.

 

Hace más de veinte años que Erich Fromm dejó su impronta en mi piel a través de páginas cicatrizadas de amor y casi desde entonces, hago proselitismo de ese enfoque de vida. Porque “El arte de amar” no es un libro. Es la forma visionaria que tuvo Fromm de entender el AMOR en mayúsculas y lo que puedo concluir después de unas cuántas batallas a mis espaldas, es que esa forma de comprender y de aprehender el mundo es más femenina que masculina. La mujer es más dadora y el hombre, por circunstancias del guion, más necesitador de amor. Sé que esto no siempre se entiende y quizás, menos se comparte. Sin embargo, lo afirmo con toda la distancia, respeto y perspectiva que me han dado las lecturas, los estudios, las vivencias y por qué no decirlo, los años. Todo ello sin la intención de generar polémicas ni demagogias baratas. No pretendo dar más valor a unos u otros porque hombre y mujer son parte de un mismo todo que es la naturaleza humana. Y yo soy una devota convencida de la naturaleza humana.


Así es. La mujer crea y produce amor para entregarlo más que para recibirlo. Y es así, desde el preciso instante en que “alguien”, llamémoslo Dios o fuerza creadora, decidió que la mujer fuera la que atesorara en su vientre la vida, que la alumbrara, que fuera cuidadora de los cachorros mientras el hombre cazaba para procurar el alimento a la manada y que posteriormente entregara esa nueva vida al propio mundo, separándose de ella, en el acto más sufriente, silente pero dadivoso que se puede enfrentar.


Si una cualidad tenemos las mujeres es esa capacidad de amar, de darnos sin esperar; siendo su máxima expresión la de cuidar a unos y de otros, ya sean hijos, maridos, parejas, amantes, ancianos… A los brazos de una madre, de una abuela, de una buena mujer, siempre se quiere volver. Siempre y siempre. Porque esos brazos simbolizan el origen, es allí donde uno se siente a salvo, siente el calor, la luz, la candidez y de alguna manera, la regresión a la infancia. Ya lo hacían los bohemios cuando huérfanos buscaban en el barrio Latino los brazos de las “mujeres de la vida” para sentirse comprendidos en su arte y de alguna manera, amados. Ya lo hacían los caballeros en las cruzadas cuando regresaban a su tierra y sucumbían ante sus doncellas. Ya lo hacía Don Alonso Quijano cuando ensoñaba a Dulcinea. Ya lo hacía Pablo Neruda cuando volvía a Mathilde a través de sus Veinte poemas y la canción desesperada. Ya lo hacía un dibujo animado como Marco, incombustible buscando a su madre, capítulo tras capítulo.


Y es hermoso que esto sea así. Es hermoso para el hombre niño saber que contará con esos brazos hogareños que no juzgarán su fuerza o su potencia en este mundo de juicios, redes y enredos sociales. Es hermoso para la mujer saber que puede producir amor, que es generadora de la fuerza más extraordinaria, del super poder de amar, y que lo puede y debe canalizar a través de otro ser al que insuflar la vida si quiere mantener viva esa fuerza creadora. No sólo es hermoso. Es la máxima expresión de la vitalidad. Es un milagro.


Hoy quiero traer un ejemplo muy actual a estas líneas. Cuando a un Comité ejecutivo (masculino, como suelen ser, aunque sean maquillados desde la diversidad impuesta y los códigos de conducta empresarial..) se incorpora una mujer, cuando a un equipo de proyecto se suma una mujer, cuando accede a cierto “lobby de poder”, esta debe aportar y ser adalid de la feminidad. LA FEMINIDAD. Esa es su obligación por ser su vocación más profunda; aquello a lo que está llamada. Esa es la diferencia. Esa será la esencia que hará brillar al equipo. Porque la feminidad se traduce en esa capacidad de amar, de dar lo mejor de una misma sin competir, desde la generosidad, en ese arte de amar, de abrir los brazos a los demás y que reposen y descansen cuando lo necesiten o sea urgente crear ideas innovadoras que nos hagan avanzar socialmente. Lo que ocurre, en la mayor parte de las ocasiones, es que esa mujer se torna hombre y se traiciona, no sabemos si por imposición social, masculina o por decisión propia de abandonar y renunciar a las cualidades que le caracterizan como mujer, que le legaron sus abuelas y sus madres. Esa traición le hace perder coherencia porque antes de irse a trabajar cada mañana, está dejando en el armario lo que sus abuelas y sus madres le transmitieron.


Desde esta tinta puedo decirte que lo único que necesitamos es sentirnos mujeres; ser mujeres sin abandonar esa capacidad extraordinaria. No olvidar este nuestro mandamiento: "Despliega tu arte de amar sobre todas las cosas, sobre todos los seres". Esa es nuestra esencia. Ese nuestro arte. Esa nuestra luz. Lo único que necesitas es saberte poderoso de ese arte y que la otra parte se deje pintar como un lienzo en blanco ansioso de los colores de Venus. Para ello te doy la tinta de mis venas de mujer. Para transfundirte mi arte de amar. Túmbate, cierra los ojos, deja que te done la tinta de mis venas de mujer . Quiero conquistarte y que seamos juntos algo divino.


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