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Viento de levante


Recuérdame que mañana te corte las uñas; las tienes ya muy largas y es peligroso. Cuando te da por arañarte, terminas con tu precioso rostro hecho jirones. No entiendo por qué lo haces. Cómo te puedes lastimar de esa manera. Siendo tan joven, tan bella, tan hermosa… y con lo que yo te cuido.

¿Has dormido bien?, ¿qué has soñado?, cuéntame…no me digas que has tenido alguna pesadilla…mi niña. Bueno, vamos a cepillar esa melena castaña que se te enmaraña de tanto revolverte sobre la almohada…quizás debería cortarte las puntas. ¿Dónde estará el cepillo?... ¿dónde? ...no lo habrás escondido, niña traviesa… Bueno, te peinaré con el otro…tienes el mismo pelo que mamá. Largo, pesado, ondulado, brillante…a ella se le enredaba con el Levante… ¡cómo te pareces a ella! Siempre me impresionó. Desde que te vi por primera vez bajando las escaleras del Instituto…yo creo que, desde ese instante, te quise para mí. ¿Lo sabes, verdad, mi niña? Claro que lo sabes. Esa melena recogida en las dos coletas que te caían sobre los hombros. Y ese uniforme de blusa blanca y falda escocesa que me encantaba. Te quedaba tan bonito…lástima que tuviera que deshacerme de él. Quizás algún día te pueda comprar uno. ¡Quién sabe!

Parece que fue ayer cuando te recogí en la parada del autobús; ¿te acuerdas?, ¿recuerdas cuando nos encontramos por primera vez? Tan linda que estabas al salir de clase. Tan dicharachera y expresiva. No parabas de parlotear con tus amigas.

Ahora estás algo más seria. Entiendo que la convivencia siempre es dura con los años… todos lo dicen. Pero es normal. En las parejas estables es lo habitual. Ya te acostumbrarás y entonces me hablarás como hacías al principio; cuando subiste al coche para que yo te llevara a casa. ¿Te acuerdas?

Si al menos me dijeras si te gustan las tostadas del desayuno, si el café está demasiado caliente, si quieres que compre un hule para la mesa, si la loza de los platos de mamá te agrada o si prefieres una vajilla más moderna. Cariñito, debes comprender que todas esas cosas son las que quiero que me digas. A veces me cuesta entender cómo has pasado de tener la verborrea que empleabas con tus amigas a no decir ni mú. Yo sé que te cuesta. Que pasamos mucho tiempo juntos, pero deberías intentar agradarme, al menos un poquito; porque yo te quiero de verdad. Si supieras lo que te quiero. Lo debes saber, pajarito mío…que, bien que te lo digo todos los días y así será hasta el fin de los nuestros…que ya me preocuparé yo de que dejemos este mundo el mismo día. Que ni tú puedes estar sin mí, ni yo concibo existir sin ti.

Pon derecha la cabeza, tesoro. Así, muy bien.

¿Sabes qué día es hoy? Ay, ay, ay…mira que eres desmemoriada…para ser mujer, poco detallista, ¿no crees, princesa? Pues hoy es quince de junio. Y ¿qué significa eso, mi reina? Que llevamos exactamente doce años, siete meses y …cuatro días viviendo juntos. ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo! Un noviazgo feliz, puro, ejemplar… como siempre quiso mi madre. Si la hubieras conocido. Ella quería lo mejor para mí. Lo mejor. Por eso sé que si viviera con nosotros te querría como a una hija.

Bueno. Esto ya está. Mírala: igualita que mamá en sus fotos del álbum. Ya eres toda una mujer. Preciosa. Cuando te observo sentada en la mecedora, me dan ganas de besarte en la boca sin parar, pero no lo hago. Sabes que no lo haré hasta que me des tu permiso y todavía no me lo has dado…Soy paciente, mi amor. Lo sabes. Lo comprendo. Tú quieres que hagamos las cosas bien y así debe ser. Tenemos toda la vida por delante. Yo me conformo con que me roces un poquito y tocarte. Con eso me vale.

Hoy te bañaré más tarde. Tengo que ir a comprar cola, clavos y algo de comer, pero no tardaré. El vendaval de ayer casi acaba con las ventanas y como no las repare, cualquier día amanecemos enterrados por la arena. ¿Te imaginas? Dunas en el salón… suena hasta divertido. ¿No querrás venir conmigo? Cielito, ¿quieres venir?, ¿qué quieres?, ¿un paseo?

Sabes que no puede ser, mi niña. Hace calor, el viento sopla como un demonio, y ahí fuera sólo hay mediocridad y delincuencia. Aquí estás segura. Se me hace tarde, mi prenda. Después del baño te cambio la ropita, ¿eh?

Se lo clavé en la yugular. El mango del precioso cepillo de su madre. Una antigüedad. De los de tocador de señora: con empuñadura de marfil…afilable. A base de paciencia y un trabajo de pulido suave, lo transformé en una punta de lanza. Borbotones de un chorro rojo carmín teñían el suelo de tablones de madera. El color de la sangre es único: el más llamativo y vital de la gama cromática. Salpicó las dos bombillas del sótano provocando cierta penumbra propia de antro de carretera. Se puso todo perdido. Chillaba como un cochino en día de matanza y tenía espasmos que le agitaban todos los miembros del cuerpo: desde los brazos a las piernas…se movía todo él involuntariamente. Me quedé contemplándole, en silencio. Ese silencio que curiosamente me había mantenido viva, rabiosa y vengativa pero que, a la par, estaba acabando conmigo. Como el Levante con él.

Las llamas de mi silencio avivaban mi existencia, pero también abrasaban y arrasaban mi vida. Me estaba matando la mística, el vacío sonoro de mí misma, el secreto de lo no contado ni compartido, la amortiguación de la propia vida, la aniquilación de los sonidos cotidianos y de lo indecible, del enorme espacio interior que sentía sobre mí. En aquel momento supe que lo que retumbaba no era el silencio: era el fuego de las palabras no dichas, no comunicadas, no significadas durante doce años, siete meses y …cuatro días.

Y grité, engullendo el silencio de aquella habitación con la fuerza del viento de Levante.

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